domingo, 10 de marzo de 2013

LLUVIA Y SIEMPRE LOS MISMOS PROBLEMAS

Como todos vosotros he dedicado muchas horas en estos últimos días a analizar y valorar el resultado de la  acabada campaña, comprobando ya con números, estadísticas y balances que estoy entre los agricultores que no han podido alcanzar, ni en kilos ni en rendimiento, más del 50% de los conseguidos en la campaña anterior.
Y también, como a vosotros, se me ha presentado el problema de afrontar el gasto de la tala y de la cura de primavera, siendo, sobre todo, consciente de la necesidad del uso del cobre en este año tan lluvioso y con la experiencia del anterior cuando, al no utilizarlo con generosidad por una necesidad más imperiosa de ahorro, muchos de mis olivos me han respondido con una falta absoluta de producción.
Después de muchas investigaciones, búsquedas y confrontación de precios estoy talando y he preparado una pequeña cura con buen cobre y poco abono y aminoácidos.
No quiero que mis árboles me vuelvan a culpar por su falta de cuidados y, aunque tenga que privarme yo de más cosas, serán atendidos por mí con el cariño y desvelo que acostumbro con mis hijos. Espero que, como ellos, mis olivos sepan agradecer mi esfuerzo, nuestro esfuerzo.
Y espero también que ya la lluvia, que es siempre nuestra amiga y, a veces también,  nuestra enemiga, nos deje curarlos, movernos por la tierra con nuestros tractores y vehículos con seguridad y no como tuve que hacerlo el otro día por la campiña cordobesa donde me sentí, atravesando barrancos y caminos en forma de lagunas, mares y hasta oceanos como un Indiana Jones al que, en vez de unos cocodrilos, le seguian unos perros fieles, asombrados de las hazañas de su dueño.
Y fue así como pude ver por aquellas tierras unos olivos que empezaban a secarse por exceso de agua, olivos que, incluso con la cura programada, no se recuperarán  si no los calienta pronto un buen sol. 
De la misma manera, pude ver por la misma campiña trigo anegado, seco o bien espigado pero  lleno de una hierba nociva pero incurable, por la imposibilidad de entrar en el con la maquinaria.
Pero sigo aquí, siempre con la misma cantinela, siempre con la misma esperanza, no pensando nunca en vender unas tierras que me vieron nacer, que me educaron y me darán cobijo y que ahora, muchas de ellas de mis vecinos y amigos, por  nuestra dificultad en mantenerlas, están pasando a esos empresarios enriquecidos en otros sectores, que no conocen el campo y que solo quieren enriquecerse y negociar con ellas de cualquier forma.
Los agricultores de profesión y de vocación estaremos ahí siempre y como los viejos rockeros no podremos morir nunca, aunque lloremos siempre el mismo llanto, cantemos la misma canción y sostengamos imperturbables la misma ilusión que nos resucita, que cada día me resucita.     

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